ESTULTICIA

primera novela gamberra publicada íntegramente on line y de forma gratuita

viernes, 9 de enero de 2009

TERRORISTA



Después de perder a su novia, Adela, tras el lamentable incidente de la “paja frente al espejo”, Gregorio se ve obligado a acudir a su oposición en su decrépito opel corsa que le deja tirado. Tras tomar un coche abandonado por dos magrebíes en la autopista para llegar a tiempo, es detenido por las fuerzas especiales.


TERRORISTA

Cuando volvió en sí estaba esposado a una silla en un cuarto que parecía una sala de interrogatorios. “Ha despertado”, dijo una voz detrás de él. Cuatro tíos irrumpieron en la fría habitación.
Le rodearon.
Un tipo delgado, con fino bigote a lo “cuéntame” y con entradas, se le acercó jugueteando con sus tirantes, parecía un facha de los de libro:
-Inspector Bermúdez.- dijo a modo de presentación antes de darle un bofetón.
Sin esperar a que pudiera quejarse le espetó en plena cara:
-¿Quién es Abdul?
-Y yo qué sé.- repuso Gregorio –Esto debe ser un error....mire, yo iba a examinarme de las oposiciones y....
Otra hostia.
Comenzó a sopesar seriamente la posibilidad de callarse.
-¿Quién te pasó los explosivos?- preguntó un tipo de más de uno novena, rapado al cero y con aspecto de neonazi. Un animal.
-¿Qué explosivos? - contestó el detenido muy sorprendido.
-Anda, el fulano se hace el listo.....- añadió el tal Bermúdez- Mira Pinilla, sabemos que tienes antecedentes.
-Ahhh....¿ es eso?
-Sí, disturbios urbanos.
-Ya, ya, efectivamente, disturbios urbanos, pero no fue así exactamente, lo puedo explicar. Suena peor de lo que es en realidad. Es un poco largo pero todo quedará aclarado. Miren, yo tenía problemas con mi novia por aquella época, una joven de la Europa del Este, hará de esto unos .... unos tres o cuatro años. El caso es que yo...no se si me entienden.....pero disparaba muy rápido...me iba pronto.....-
Los maderos se miraron como si el detenido fuera imbécil.
-......vamos que..... se me iba la carga, que....
-¡Tenía eyaculación precoz! - exclamó uno de los agentes.
-Exacto.- dijo Gregorio Pinilla - No crean, el 40 % de los varones de este país padecen dicha disfunción, o sea que así, a groso modo, hay por ahí sueltos unos ocho millones de eyaculadores precoces y son de gatillo fácil, ¿me entienden?.......un peligro para las damas y un filón para las tintorerías...-
Los cuatro agentes miraban a aquel tipo perplejos, ¿sería aquella una nueva técnica de resistencia al interrogatorio o simplemente se hallaban ante un gilipollas? El muy ladino no paraba de hablar:
-....el caso es que lo probé todo, mi amigo Jaime había intentado el rollo ese de la meditación, todo esa historia del sexo tántrico, como Sánchez Dragó. Mi amigo dice que puede estar ocho horas proporcionando placer a una mujer, pero yo, en verdad, pienso que como un día vengan los cazafantasmas se lo llevan detenido,.....directamente....... pero en fin.......bueno, al grano, que mi amigo Jaime probó el rollo ése, lo de la meditación, el budismo.....ya no tiene problemas, claro. Ya no tiene eyaculación precoz porque ya no folla, ahora está en el aeropuerto con una túnica naranja, pidiendo dinero a la gente, tocando un timbal y comiendo sólo arroz integral....
-Pero....¿qué coño dice? - preguntó Bermúdez.
-Espere, espere.- dijo Pinilla- Es para aclararle lo de mis antecedentes.....el caso es que también probé con medios físicos. El pene vive en un medio hostil, frío, inhóspito. Cuando entra en la vagina que es un lugar húmedo, acogedor y sobre todo, caliente, esa elevada temperatura provoca que se ..... que se .... dispare.-
Los agentes que grababan el testimonio en la sala de al lado no creían lo que estaban oyendo.
-Venid, venid, a escuchar esto.- dijo uno de ellos abriendo la puerta de la oficina y llamando a más compañeros.
Gregorio seguía y seguía hablando.
-.....en suma, que si acostumbramos al pene a estas temperaturas más altas no nos iremos al calorcito de la penetración, o sea, que me puse a ello. Es muy sencillo, se coloca el pene bajo la alcachofa de la ducha y se le pone agua calentita, agua fría, calentita, fría......- algunos agentes comenzaban a tomar notas -.....claro, eso está muy bien pensado si vives en una casa como la del Principito, donde hay agua caliente, templada y fría, pero en mi piso, como en la mayoría de los pisos de los putos pringados de este país, sólo hay agua fría que te cagas o hirviendo que te abrasas.- Gregorio vio como varios maderos asentían dándole la razón - El caso es que me puse agua fría y a continuación pasé a la caliente, resultado: me abrasé la polla.
La carcajada fue general.
-Pero oiga ¿qué cojones...- interrumpió Bermúdez.
-Shshshshst.- chistaron todos los agentes de la comisaría que parecían vivamente interesados.
Gregorio, que se había crecido, continuó:
-Pasé a otros métodos físicos. Es muy fácil. Cuando uno está en pleno acto con su chica y nota que se va a .....a ir.... en ese momento, se para, se saca el pene y tu pareja, la chica, te presiona de manera suave pero continuada la base del órgano.....eso frena el reflejo eyaculador....
-¿Puede repetir eso?- dijo una agente que tomaba notas.
-Sí, claro, el reflejo eyaculador.
-Gracias.- dijo ella.
-Pero, ¿a dónde quiere ir a parar?- preguntó Bermúdez arriesgándose a recibir una reprimenda de sus compañeros.
El detenido dijo:
-Mis antecedentes, voy a ello, voy a ello... bueno... ¿por dónde íbamos?....ah sí, la presión en la base del pene.....un método cojonudo, una presión suave, contenida...... pero claro, eso es en el caso de que tu novia sea una chica normal, pero yo estaba liado con una lanzadora de martillo búlgara.....¡que tenía unos bíceps!.....vamos, que me dejó la picha como un siete.....
Nueva carcajada.
-......entonces decidí recurrir a la psicoterapia. Pero era muy caro. Así que junté a unos cuantos colegas que a su vez llamaron a otros amigos y estos a otros conocidos e hicimos un grupo de terapia. Nos dejaron una sala en el local de la asociación de vecinos y comenzamos a reunirnos una vez por semana con una terapeuta que nos salía tirada de precio. Vamos, algo así como eyaculadores anónimos. La cosa no empezó bien, la psicóloga (que era argentina) estaba buenísima, tenía una delantera......un culo......una minifalda....si se me permite decirlo, claro, y sin afán de molestar a las agentes aquí presentes......marcaba jamón al sentarse tomando notas, como la psicóloga de los Soprano. Vamos que ante una mujer tan atractiva la peña no se pudo controlar y aquello acabó fatal. Los miembros del grupo (nunca mejor dicho) se excitaron al verla y claro, se excitaron....se excitaron......y al final, claro, se fueron. Salió de allí cagándose en nuestra puta madre. Parecía la hermana sucia de la Lewinski. Así que nos quedamos sin terapeuta y el coordinador de la asociación de vecinos nos dijo que mientras tanto ( mientras que encontrábamos otro psicólogo ) podíamos pasar a la sala de enfrente que también era sobre disfunciones sexuales.
Era un grupo de “ninfómanas obsesivamente ansiosas” en tratamiento.

El tema empezó bien, ellas se pusieron cariñosas y a nosotros nos iba la marcha, se harán ustedes una idea. Aquello llevaba camino de convertirse en una auténtica orgía pero claro, a los treinta segundos nosotros habíamos terminado y ellas.....ellas que no habían quedado muy contentas comenzaron a ponerse agresivas, nos fueron arrinconando y sacaron los consoladores. Nos defendimos pero iban armadas y nos estaban dando la del pulpo.
Créanme, no es agradable ver que uno va a morir a pollazos. Salimos huyendo y entramos en la primera sala que encontramos. Treinta tíos con los pantalones bajados, llenos de moratones y perseguidos por más de veinte ninfómanas enfurecidas con penes de goma en la mano.
No sabíamos que aquella sala era la de los agorafóbicos. Por primera vez habían logrado sacarlos de casa y pasar de las reuniones por vídeo conferencia a una reunión real. ¡Casi sesenta personas! Era un logro sin igual en la historia de la psiquiatría moderna.
Cuando entramos en tromba gritando y corriendo por nuestras vidas se agobiaron un poco, claro, y comenzaron a arrojarse por las ventanas. Abajo se reunían los paranoicos que al ver que llovía gente creyeron que los marcianos nos invadían. Hicieron sonar las alarmas y se lanzaron a apalear a aquellos tipos llovidos del cielo. Vinieron los bomberos y al ver esos cascos modernos que parecen escafandras los tomaron por refuerzos extraterrestres. Los alcohólicos y los cocainómanos se sumaron a la gresca, estaban hasta los cojones de café y pastitas. Por no hablar de los de los cursillos prematrimoniales, que estaban de un agresivo..... Fue una batalla campal. Hubo más hostias allí que una Nochebuena en el Vaticano. Nos detuvieron a todos, claro, de ahí mis antecedentes. Disturbios urbanos. ¿Ha quedado claro?- Todos los agentes miraban al detenido con la boca abierta.
-¿De verdad quiere que todo eso conste en su declaración?- preguntó el inspector Bermúdez que no salía de su asombro.
-No sé por qué no.- contestó el excéntrico detenido tan orgulloso de su disertación.
-Este tío parece subnormal.- dijo el nazi grandullón de cráneo rapado que no sabía cómo reaccionar. En eso que se abrió la puerta y apareció en la misma una chica con traje chaqueta y medias negras con topos rojos de Ágata Ruiz de la Prada. Una especie de neohippie posmoderna con el pelo corto y una única rasta que salía de su nuca y le llegaba hasta el pecho derecho.
Un fuerte aroma a porro invadió la estancia.
-No conteste ni a una sola palabra más.- dijo señalando a Gregorio con el índice para añadir tendiendo un escrito a aquel fascista de Bermúdez- Amelia Parlán, abogada defensora. Eso que tiene mi cliente, ¿es un moratón?
Mientras que los maderos negaban la evidencia la chica examinó lo que quedaba del ojo de Gregorio con aire solícito.
-Exijo que lo examine el forense. Se van a cagar.- dijo muy segura de sí misma.
-Se ha caído.- contestó el neonazi.
-Sí,..... y.....y se ha dado con el pico de la mesa.- aclaró Bermúdez.
-¿Siete veces?- contestó brillantemente la letrada que, la verdad, comenzaba a caer bien al confundido detenido. Era fácil contar los moratones- ¿Pero no han visto que este pobre hombre tiene la cara como un mapa?
Él, aunque no se veía, comenzó a asustarse.
-Se resistió en la detención.- dijo el inspector.
-Si, sí, eso......- añadieron los otros.
-Eso lo dirá el juez.- añadió ella- ¿Quieres un poco de agua?- dijo al parecer refiriéndose a su defendido.
Gregorio no llegó a contestar porque se desmayó de nuevo.



*****



Despertó en el hospital a la mañana siguiente. Su abogada, Amelia Parlán estaba sentada junto a él, en la cama. Vestía de manera más horrenda que el día anterior. ¿Sería daltónica?
-¿Qué ha pasado?- Acertó a farfullar pese a la inflamación de su boca.
-Te han detenido, pero no temas, te sacaré.
-¿A mí?, pero ... ¿y el examen, la oposición?
-Buena tapadera.- dijo ella muy entusiasmada.
Gregorio no entendía nada, por lo que su letrada, adivinando su cara de estupefacción pese a los vendajes que en parte le cubrían el rostro, comenzó a hablar:
-Mira Gregorio, te han trincado con el coche lleno de explosivos, pero puedes estar tranquilo, los otros dos miembros del comando escaparon campo a través. Te acusan de haber llamado a una pareja de la Guardia Civil para distraerles y que los explosivos pasaran por la autovía sin ser detectados.
-Pero....yo iba a examinarme de la oposición....
-Sí, sí, eso diremos, suena convincente.
-Como que es la verdad.
-Sí, sí, eso diremos. De acuerdo - repuso ella- Han ascendido a esos dos fascistas de los guardias civiles por dar el alto al coche y desbaratar tu treta.
-Pero ¿qué treta?, ¿de qué me estás hablando?, ¿tú quién coño eres?
-Amelia Parlán, abogado de “Conmutación Internacional” . Vamos a iniciar una campaña de recogida de firmas que ni la de Augusto Laorden.
-¿Laorden?. ¿El asesino de la barrena, el carpintero?-
Recordó haber leído todos los detalles sobre aquel caso en la prensa. Aquel tipo había dado un nuevo sentido al uso de la barrena y la Black and Decker.
-Sí, conseguimos sacarlo. Son unos putos fascistas.
-Pero.....era culpable, ¿no?
-Eso es lo de menos.
-Pero mató a su mujer, al aprendiz de la carpintería y hasta le dio por culo a un notario del Opus Dei que había ido a recoger un crucifijo de encargo....
-Sí pero la detención fue ilegal. Y lo torturaron.
-¿Lo torturaron? Si un madero le tiró un escupitajo y la mujer de la limpieza de la comisaría le dio dos capones......
-No se puede coaccionar a un preso. Es la ley. Hay que ofrecer garantías procesales al detenido. La campaña que montamos fue la Hostia, tú. No tuvieron más remedio que liberarlo. Y a ti te han dado mucho más. Chupao. No te preocupes, estás entre amigos, eres un héroe de la revolución y no estás solo.
-¿De la revolución? ¿De qué revolución?
-Pues de la definitiva, la de los desposeídos que acabarán con este mundo corrupto, consumista y globalizado.
El inculpado debió mirarla con cara de tonto porque a continuación dijo:
-Deben de haberte dado fuerte en la cabeza ¿eh? Hagamos un porrito.-
Y dicho esto sacó una china de su inmenso bolso de neohippie que calentó en un instante. A continuación, mientras que buscaba algo en el bolso con una mano, con la otra sacó un papel de fumar de su librillo, añadió algo de tabaco y con una habilidad digna del más preciado tahúr lió un petardo de concurso.
Gregorio pensó que quizá él era demasiado convencional, pero tanta pericia liando porros le hacía desconfiar de sus habilidades como letrada.
-Aquí está.- dijo sacando un pequeño casete del bolso que puso a grabar. Alegaremos brutalidad policial, y tortura......eso, eso, te torturaron. Por cierto.- añadió dando una profunda calada al petardo que acababa de encender-¡Esta mierda es cojonuda!, ¡es vietnamita! Toma, toma, ¡dale!
Él rehusó amablemente el ofrecimiento de su brillante letrada.
Ella exhaló el humo y se puso bizca. Entonces añadió:
-Tu coartada es cojonuda. Tú aguanta. Los otros dos miembros del comando están en lugar seguro, tranquilo.
-¿Qué comando? - Dijo Gregorio con aire ingenuo.
-Eres bueno, muy bueno......- añadió sonriendo a la vez que le señalaba con el índice- Así da gusto, trabajar con gente profesional.-
Él, por su parte, comenzó a asustarse de veras. Al parecer el coche de los dos moros iba repleto de explosivos y se iba a comer solo el marrón, una suerte de porrera activista pro derechos humanos le iba a defender, ¿qué más le podía pasar?
Entonces ella se miró la mano totalmente ida y dijo:
-Flipaaas, tengo piel de reptil, ¿lo ves? ¡Qué pasada de viaje!
Aquello no le tranquilizó mucho, la verdad.



*****



Supo en días posteriores y siempre a través de su abogada, que gracias a la gravedad de su delito le iban a procesar en un “juicio rápido”. Amelia venía a verle al hospital todos los días para preparar su defensa. Averiguó entonces, por los periódicos que le traía, que en efecto había sido acusado de ser terrorista, que en el 124 había explosivos como para volar medio país y que los integristas querían explosionar una refinería de gas propano que había junto a un colegio, una maternidad y uno de los mejores puticlubs del país provocando una masacre del cagarse.
En el vehículo se habían encontrado documentos referentes a Abdul, alias Carlos, alias Charlie, alias Benito, también “Seis dedos” y “28 centímetros”. El terrorista más buscado por todos los servicios de inteligencia internacionales después de que cambiara de cara en una costosísima operación facial tras una mano de hostias que le dieron en la comisaría de Vallecas y que pagó la Seguridad Social española. La operación, claro, que la ensalada de hostias se la dieron gratis.
Su abogada, en lugar de demostrar que él era un ciudadano ímprobo, que iba a hacer unas oposiciones y que había tenido un percance con su coche, se centró en demostrar (obsesionada por ello como estaba) que en este estado fascista se torturaba y que le habían dado la del pulpo. Vamos, que en lugar de demostrar que era más inocente que el Niño Jesús, reconocía de manera indirecta su culpabilidad al identificarle ante los medios de comunicación como “miembro de la resistencia antiglobalización depurado por un estado fascista y antidemocrático”.
Allí, en el hospital, y debido a la elevada concentración de opiáceos que surcaba sus venas (por lo de la inflamación y eso) no pudo caer en la cuenta de que debía rechazar a aquella loca como letrada por lo que, sin querer, fue directo a la hecatombe.
Supo, además, que los dos agentes de la Benemérita que de puta coña habían desbaratado un complot terrorista juraban y perjuraban (los muy falsos) que Gregorio había hablado en árabe con los dos conductores del 124 (no en vano aquella historia les había valido un ascenso) por lo que la situación comenzaba a tornarse alarmante. Gregorio Pinilla tenía sus dudas sobre el futuro que parecía, en verdad, todo negro.
-Tranquilo, Gregorio, que esto está ganado.- dijo Amelia Parlán cuando él le manifestó sus dudas, antes de comenzar a cacarear convertida en gallina por dos tripis que había ingerido.


















martes, 6 de enero de 2009

SINOPSIS DE LO PUBLICADO

Gregorio pierde a su novia, Adela, tras el lamentable inciddente de "la paja frente al espejo". A partir de ahí todo se precipita, tras recordar sus debacles previas con las mujeres en "el incidente pistacho", o cómo terminó con el matrimonio de sus padres de un plumazo, Gregorio se encamina a examinarse de sus oposiciones en su decrépito opel corsa que le deja tirado. Dos guardias civiles le socorren deteniendo un cche del que salen huyendo dos magrebíes. Confuso y nervioso Gregorio "toma prestado" el coche de los dos fugados para llegar al IES Salvador de la Esprefolla, donde es detendido sorprendentemente por una unidad antiterrorista.No te pierdas el próximo capítulo "Terrorista"

miércoles, 31 de diciembre de 2008

EL INCIDENTE PISTACHO


Al día siguiente, el maldito pitido del despertador sacó a Gregorio de un bello sueño. La vuelta a la realidad fue dura. Parecía que alguien le estuviera clavando alfileres en la cabeza y se sentía como si mil enanos gritaran a la vez desde dentro de sus inflamadas meninges. Una botella de Beefeater vacía, en la mesilla, le aclaró la causa de dicho dolor y ya de paso, de la textura pastosa de su paladar.
Adela se había ido, recordó. No pudo evitar lamentarse ante el recuerdo del incidente de la noche anterior. Recordó con una punzada de dolor la cara de Doña Gumersinda regada con su más preciado fluido corporal.
-Joder.- exclamó- ¡Qué desastre!
No debía pensar en aquello.
Tenía que levantarse. Era el día de la maldita oposición. Otra oportunidad para acabar con aquella asquerosa vida de profesor interino y pasar a engrosar el glorioso cuerpo de funcionarios del estado y jubilarse. Adela no le iba a llevar pues ya no estaba, así que tendría que intentar llegar con su achacoso y decrépito Opel Corsa hasta el tribunal número 7 sito en la ciudad de Cartagena.
Mientras que se duchaba meditó sobre su última “hazaña”. Era un especialista en cagarla, en dejar escapar a mujeres maravillosas metiendo la pata en el momento más inoportuno.
¿Cómo diablos lo hacía?
De hecho, sus amigos se lo agradecían sobremanera pues alegraba su triste vida social con sus tristes desventuras y carcajeantes fracasos. Le constaba que todos sus colegas eran la salsa de las fiestas gracias a él, el centro de atención narrando al respetable sus innumerables meteduras de pata con el bello sexo.
La risa. Tenía un don para las catástrofes, no había duda.

No pudo evitar el recuerdo de Nuria.
La dulce Nuria. Otra cagada más de las suyas.
Nuria, la intelectual, su relación anterior a Adela, Nuria, un terremoto en la cama. También la perdió por una tontería de nada.
Qué cuerpo, qué carácter, qué fogosidad. Era periodista y escribía bien de veras. Crítica literaria. Aquella relación venía bien a su incipiente carrera como escritor. Le gustaba.
Y la cagó, claro.
Lo recordaba bien. Siempre hacían bromas sobre cómo la gente acababa viviendo con su novio o su novia: “Una noche en tu casa, otra en la mía, un buen día me llevo un cepillo de dientes, otro me dejas un cajón.....y hala, en seguida casados con una hipoteca, un adosado en el extrarradio y tres criaturas”.
El caso es que llegó un día en que pensó en que no era mala idea el que vivieran juntos. Se sintió romántico, gilipollas quizás.
Era verano y Nuria pasaba quince días con sus padres en su San Sebastián natal. Decidió enviarle un e-mail al respecto y darle una sorpresa.
Pobre imbécil.
Pensó que a la chica le haría ilusión que le pidiera que viniera a vivir a su casa: el príncipe azul y eso......qué idiota....
Escribió el correo electrónico escuchando a Extremoduro, “So Payaso” para más señas, qué romántico.
Lo recordaba. Siempre bromeaban sobre el tema, “algún día me traeré unas braguitas, que si aparecerá una caja de tampones en tu cajón de la mesita”....... de hecho recordó un día en que se había mosqueado con ella porque utilizó su peine.
¡Su querido peine de soltero!
Al instante se arrepintió y le pidió disculpas. Una tontería de treintañero que lleva ya tiempo viviendo solo tras su divorcio y empieza a tener manías absurdas.
Recordando ese incidente escribió aquel maldito mail.
Su pelo era muy importante para él. Era una de los pocos atractivos (por no decir el único) que conservaba intactos de su época de cortejo, apareo y desove, de su juventud, vamos.
Le había costado trabajo encontrar un cepillo que fuera bien a su pelo rizado, a sus dorados bucles de querubín. Lo halló en París y era de Cristian Dior, con mango de madera de roble añejo. Le costó un auténtico pastón.
Después de los treinta hay que llevar mucho cuidado con la cabellera si eres un tío. A la mínima te quedas calvo y estás perdido, así que Gregorio era muy tiquismiquis con su cepillo para el pelo. De ahí aquel enfado tonto cuando la sorprendió usándolo.
Decidió demostrar a su chica, en un alarde generosidad sin precedentes, que ni eso le importaba, que lo suyo era de ella y que estaba dispuesto a compartirlo todo si accedía a vivir con él.

Éste era el correo:
Querida Nuria:
Quiero decirte algo de manera original. Supongo que entenderás “lo que te quiero pedir”. Me refiero a mi peine. Puedes usarlo cuando y cuánto quieras. Lo mío es tuyo. Sé que te encanta usarlo (aunque no nos engañemos, los has conocido de todos los tamaños y colores).
Ahora mismo lo estoy limpiando a fondo mientras que te escribo. Está en agua y lejía para que se la vaya la roña y esas concreciones de caspa y pelos que a veces lo impregnan por completo.
Lo tendré un día entero en remojo. Es un tratamiento agresivo pero lo deja como nuevo.
Ya sabes que a veces he tenido caspa en la zona e incluso algún hongo que mi dermatólogo llegó a confundir con la pelagra.
Úsalo cuando quieras, ya sabes, lo mío es tuyo.
Y si quieres, cuando venga tu madre también lo puede usar, y tus amigas, y quien tú quieras, y tu abuela Matilde. Tu prima Encarna lo usó cuando vino por fiestas. Y no se cansaba. Y dale y dale. Sabes que es bastante obsesiva. Y tu padre. Sé que le quedan cuatro pero no me importa que él también lo disfrute. Siempre ha sido muy coqueto.
Si hasta lo he utilizado con mi hija cuando me toca que venga en verano.
Lo dicho, te espero.

Gregorio.




Gregorio no tenía ni idea de qué era lo que había ocurrido. Comenzó a intuirlo al llegar del gimnasio cuando leyó un correo de respuesta de Nuria. En lugar de deshacerse en elogios y de derretirse como una fémina en celo que ha cazado al hombre de sus sueños le decía:

Maldito hijo deputa.
No sé de que vas, cabrón, pero como te vuelva a ver te pego una patada en los huevos que te capo, comemierda.
Paso porque en tu correo te permitas el lujo de llamarme puta y que me acuses de haber conocido pollas de todas las razas y tamaños (ahora lamento haber sido sincera contigo sobre mi vida anterior en un ataque de romanticismo), paso porque insinúes que estás dispuesto a follarte a mi santa madre, a mis amigas y hasta a mi pobre abuela que yace impedida en la cama tras fracturarse ayer la cadera, paso porque reconozcas haberte follado a la guarra de mi prima, que sí, es una obsesiva de la ninfomanía y por eso la mandaron al sur, para que se recuperara y tú vas y te la cepillas...., pero no te consiento, escucha cabrón, no te consiento que te metas con mi padre insinuando que le quedan cuatro polvos. Ya es duro para un hombretón como él el haber padecido cáncer de próstata y saber que no va a poder hacer nunca más el amor como para que un media mierda como tú amenace encima con darle por culo, hijoputa.
Hemos terminado.

PD.- acabo de poner en conocimiento del servicio de protección al menor de la comunidad autónoma que eres un pervertido que abusa de su hija de doce años en los permisos veraniegos. Que lo disfrutes en la cárcel.
PDII.- Olvídate de que te promocione tu novela. Acabo de hacerte una crítica implacable. Sale mañana.



Se quedó de piedra. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué había reaccionado así? La llamó por teléfono pero contestó su hermano Andoni que amenazó con venir a hacerle una visita con sus amigo borrokas. Colgó.
Releyó el correo que él había enviado por si era la causa de aquella airada reacción.
Entonces lo comprendió todo. Leyó la frase en cuestión.
“Me refiero a mi pene”.
Pene. Decía pene en lugar de peine.
¡Pene!
¡PENE!
Había puesto pene en lugar de peine. Qué gilipollas. Releyó el correo. Qué error. Todo el sentido cambiaba, claro.
Le decía a su novia que tenía su “pene” a su disposición. Que era suyo, que sabía que le gustaba aunque que le constaba que los había conocido de todos los tamaños y colores, joder.
No contento con ello, le decía que si quería podía usarlo su madre, ¡su madre!,..... y sus amigas, y que lo había usado su prima Encarna, la de Baracaldo.
Joder, joooder, joooder.
Decía haber tenido pelagra y hongos en la polla, que también quería follarse a la inválida de su abuela y por último que estaba deseando encular a su padre al que le quedaban cuatro.....cuatro......
¡Él se refería a cuatro pelos!
¡Dios!
Y cerraba diciendo que lo había usado con su hija.
¡Con su propia hija!
Mierda, mierda, mierda ...pensó...¿cómo había cometido un error así? Era cierto que a veces la tecla de la letra “i” del teclado de su PC se bloqueaba.....pero....
Peine. Pene. Sólo por una puta letra la había cagado.
Fue a la cocina y volvió armado con un cuchillo.
Arrancó la maldita letra “i” del teclado y allí estaba ufano y desafiante:
¡Un trozo de cáscara de pistacho!
El muy hijoputa era la causa de su desgracia. Había bloqueado la tecla “i” justo en el maldito momento en que escribía la palabra “peine”. No antes, no. Ni después. Justo en ese fatídico momento.


Ella no volvió y Gregorio de pocas pierde la posibilidad de ver a su hija en verano. Vinieron los de servicios sociales y le costó de veras convencer al juez de que todo aquello era un malentendido. Era algo tan, tan surrealista .....
Los abogados de su ex mujer, ella misma, el ugier, su puto letrado, el juez y las limpiadoras del juzgado se partieron el culo de risa durante la vista.
Algún hijoputa de auxiliar administrativo del ministerio de Justicia filtró el maldito correo que salía en el acta y se hizo popular en internet. Fue motivo de descojone general.
Al menos no perdió a su hija.



*****



El agua de la ducha rebotando en su cara de gilipollas le devolvió dolorosamente al mundo real. De eso hacía tres años y acababa de volver a cagarla.
Esta vez con Adela.
Adela.
No había tiempo para el sentimentalismo, tenía que ir al examen. Las odiadas oposiciones. Ella no estaba allí para llevarle. Estaba harto de examinarse una y otra vez, de hecho había aprobado dos veces, una de ellas con un nueve y medio y no le había servido de nada. Así era la vida del profesor interino.
Se vistió, tomó un café y bajó al garaje a por su odioso Opel Corsa. No podía comprarse un coche nuevo pues entre la pensión que pasaba por su hija, la hipoteca y los gastos rutinarios, ya se sabe, pizzas, tele por cable, video juegos y revistas porno, no lograba llegar a fin de mes.
Le costó Dios y ayuda arrancar el motor y eso que discurría el cálido mes de junio. Al salir del garaje de pocas no logra subir la empinada cuesta y un preocupante humo negro le hizo temer lo peor. Sólo tenía que cubrir cincuenta kilómetros hasta el IES Salvador de la Esprefolla donde se había ubicado el tribunal número siete, así que puso la radio y se dispuso a relajarse escuchando a Federico Jiménez Losantos.
Total, no había estudiado una mierda.....

Intentó no pensar en el incidente de la noche anterior, no merecía la pena mortificarse. Además, ésa era la historia de su vida, provocar catástrofe tras catástrofe. Su mente vagó mientras conducía y halló múltiples ejemplos; sin ir más lejos: la manera en que acabó de un plumazo con el matrimonio de sus padres.
Ahí es nada.
Hacía ya unos veinticinco años de aquello, pero las cosas no habían vuelto a ser iguales para sus padres.
Sí, papa y mamá seguían viviendo juntos, cubrían las apariencias, pero ya no eran una pareja bien avenida desde que Gregorio, a la tierna edad de quince años, reventara aquella santa unión en una de sus múltiples meteduras de pata.
Como cualquier adolescente tenía unas cuantas revistas pornográficas con las que se pajilleaba hasta el límite de lo humanamente soportable. Fue entonces cuando su amigo Iván, “el araña”, un auténtico acaparador de porno del bueno con la cara llena de granos fue descubierto por su madre que le incautó toda su colección de Private, Play Boy y “Supertetetas”. Además, lo castigaron seis meses sin salir. Gregorio se conjuró para que no le ocurriera lo mismo. Decidió hallar un escondite perfecto para sus “revistas de guarras” y vaya si lo encontró.
Su padre, Abelardo, estaba siempre de viaje con sus cosas del sindicato, así que no había mejor lugar que su mesita de noche, bajo los calcetines que su madre plegaba en forma de bola. Ni qué decir tiene que Helena encontró la depravada colección que incluía desde la coprofilia, pasando por los más escandalosos de los estupros, lluvias doradas, besos negros, cajas turcas y lindezas de dicha calaña. La indignada señora esperó a que Abelardo llegara de viaje y en cuanto éste entró por la puerta le soltó una bofetada tremenda delante de su propio hijo a la vez que le gritaba:
-Hijo de puta, pervertido..... ¡confiesa, confiesa!
Abelardo, honrado sindicalista, padre ímprobo y abnegado marido, se vio descubierto y confesó, sí.
Confesó rodilla en tierra sus más de quince años de éxitos como travestido en el “Tomante´s”, un concurrido local del paralelo barcelonés y ya puesto también desveló su afición a acostarse con hombres de negocios en grupos de hasta cuatro individuos vestido con uniforme de colegiala inglesa.
De hecho, su carrera como “Estrellita Cristal” iba viento en popa según le apuntaba su agente, o mejor dicho, su chulo, Atoñito “ el trempao”.
Sorprendente testimonio el suyo. Desolador. Nada volvió a ser igual.
Y así se fue el matrimonio al garete. Por culpa de Gregorio, claro.



Gregorio volvió a la realidad, no merecía la pena pensar en cosas así, iba camino de la oposición y a penas quedaban diez kilómetros. Entonces se gestó la tragedia. Vio el humo negro por el retrovisor, el motor hizo un extraño sonido, saltó un chispazo en el salpicadero y se escuchó como un último estertor...... de pronto, el coche se paró. Había muerto.
Logró echarse a la derecha y se detuvo. Reaccionó como el adulto responsable que era y comenzó a darse de cabezazos con el volante. Aquello no podía estar ocurriéndole a él.
Dios. ¡La oposición!
Si no firmaba el examen quedaría fuera de la bolsa de trabajo. Se quedaría sin curro, en la puta calle. Miró el reloj. Quedaban veinte minutos. No había tiempo.
Tranquilo, tranquilo, se dijo. Piensa.
Entonces recordó que alguien le había comentado que en caso de pinchazo o avería de camino a unas oposiciones había que llamar a la Guardia Civil para que ellos pudieran dar parte de la situación. Sí, esa era la solución. Era una manera oficial de justificar el retraso y evitar que le excluyeran de las oposiciones y de la lista de interinos.
Buscó el móvil y llamó al 112.
En apenas cinco minutos llegaron dos motoristas de la Guardia Civil.
Bajaron de sus motos y escucharon su relato. Agentes Gálvez y Trallero, dijeron llamarse. Le vieron muy nervioso.
-No se preocupe, esto tiene fácil solución.- dijo uno de ellos, el agente Trallero, que se colocó en medio de la autovía brazo en alto y estuvo a punto de provocar que varios vehículos se salieran de la vía. Al menos logró hacer que frenara un 124 de color rojo.
-Tranquilo amigo.- dijo su compañero, Gálvez- Ese coche le llevará.



En ese mismo momento, dos individuos bajaron del vehículo detenido en mitad de la autopista y salieron corriendo en direcciones opuestas.
-Hostia, Gálvez.- dijo Trallero - Dos moros. ¡Esos no son trigo limpio!
Los dos brillantes agentes de la Benemérita se dividieron para perseguir a los dos magrebíes. Uno corría ya por encima de los plásticos que cubrían las tomateras de un campo cercano gritando al inmigrante que se entregara y el otro sorteaba los vehículos del otro carril de la autopista mientras que el fugado huía saltando por encima del quitamiedos.
Gregorio no sabía qué hacer.
-¡Oigan, oigan!- acertó a decir -Esperen, no se vayan....

El ruido de cientos de bocinas sonando al unísono se le clavaba en las meninges, la resaca le pasaba factura. Los conductores retenidos tras el 124 rojo se mostraban impacientes. Otros lo rebasaban lentamente mentando a la madre de no sé quién. El atasco tras los dos vehículos parados era enorme.
Los picoletos corrían tras aquellos dos desgraciados, probablemente inmigrantes ilegales, que al ver que dos guardias civiles les daban el alto habían salido por piernas.
Miró el reloj. Los guardias no iban a volver, al menos de momento. No habían podido tomar parte del atestado. No tenía papeles que justificaran su avería a tiempo. La gente pitaba. El caos era general. Miró de nuevo el reloj. Aún tenía tiempo. El 124 le esperaba con las puertas abiertas.
Total, era una emergencia, ¿no?
Aquellos dos inmigrantes no iban a volver a reclamar el coche que, dicho sea de paso, estaba para el desguace.
Se quedaba sin curro, así que se vio a sí mismo, como en un sueño, subiendo al coche, cerrando las dos puertas y arrancando en dirección al examen para alivio de los conductores retenidos.
Ya lo aclararía todo después.
Aquel coche rojo era un insulto a la inteligencia y al buen gusto, tenía tapizados los asientos con piel de leopardo, llevaba un pisapapeles de plástico con un ancla sobre la palanca del cambio de marchas y lucía un marco en el salpicadero con cuatro fotos tamaño carnet que decía: Papá, no corras.
Surrealista.
Iba histérico, así que se equivocó de salida de la autovía. Cuando llegó, estaba de los nervios. Tomó la salida 67 de la autovía, hasta que llego al barrio de “Los Ramos”, allí se situaba el IES Salvador de la Esprefolla, una construcción tan, tan modernista, que se decía había provocado graves desórdenes nerviosos en alumnos y profesores. Paró el 124 y justo cuando iba a bajar del mismo, dos vehículos derrapando aparcaron a su lado cerrando cualquier posible vía de escape. Le pareció ver por el retrovisor que llegaban además un par de furgonetas negras de las que descendían unos tipos con monos negros, cascos, armados hasta los dientes y con gafas que a él le recordaron las de bucear. Cuando quiso darse cuenta tenía más de veinte armas apuntando a su cabeza.
No recordaba nada más porque le sacaron del coche y le dieron de hostias antes de que pudiera siquiera abrir la boca. Cuando estaba punto de desmayarse le pareció escuchar que alguien decía:
-¡Puto terrorista!



FIN DEL SEGUNDO CAPÍTULO

martes, 23 de diciembre de 2008

LA VECINA.



Gregorio pensaba que la causante de todas sus desgracias era su vecina.
Sí, ella. Aquella venus inalcanzable, Clara.
Bueno, en realidad no es que fuera exactamente la culpable en sí pues la joven no había hecho nada para desencadenar los desgraciados acontecimientos que destrozaron su vida ni en ningún momento tuvo intención de hacerlo, sino que todo ocurrió debido a lo buena que estaba.
Porque sí, Clara estaba muy buena, la cabrona.
Muy buena.
Si no hubiera sido por ella no hubiera ocurrido “el accidente” y si “el accidente” no se hubiera producido, Adela no le habría dejado, con lo cual le habría llevado amable y diligentemente en su coche a la oposición y él no hubiera tenido que recorrer aquellos fatídicos 50 kms con su auto que, dicho sea de paso, era una auténtica mierda.
Y de ahí en adelante, todo fue un desastre.

Y todo ocurrió por Clara, la vecinita.
Coincidió con ella en el ascensor. Bueno, más que coincidir, digamos que ella lo abordó. Así, como suena. La puerta corredera se cerraba cuando él escuchó decir:
-¡Vecino!
La pudo entrever por la rendija que quedaba sin cerrar y puso el pie en la guía.
El peor error de su vida.
Y era especialista en catástrofes y de las buenas.
La puerta se volvió a abrir y tuvo ocasión de verla correr hacia él con su negro pelo flotando al viento, brillante, húmedo y lleno de promesas.
Aquella diosa que tenía por vecina lucía unas mallas rojas ajustadas y una chaqueta de chándal, algo corta, de algodón y entreabierta,
que dejaba a la vista sus maravillosos y juveniles senos. Aquellos cántaros de alabastro se bamboleaban provocativamente al correr semiatrapados por el provocativo top rojo que lucía. La locura.
Y por si esto fuera poco, aquella maravillosa prenda dejaba al aire su ombligo de diva coronado por un piercing exótico y tentador. Daban ganas de arrodillarse y dar gracias al cielo por la sola existencia de aquella criatura.
Cuando la joven entró en el ascensor le inundó su fragancia. Acababa de ducharse al final de su dura jornada de monitora de aeróbic.
-Por poco. Gracias vecino.-dijo ella muy amablemente a la vez que le deparaba su mejor sonrisa y le derretía con una sola mirada de sus penetrantes ojos verdes de gata misteriosa e indomable.
Él, queriendo parecer interesante, (no en vano siempre fue considerado por sus amigos como un intelectual), acertó a decir:
-Gugghhhh.- a la vez que un hilillo de baba resbaló por su labio inferior.
Ella se giró para pulsar el botón del segundo piso y su minúsculo tanga se marcó bajo la tentadora malla. Su culo era perfecto, respingón y redondo; sus muslos parecían prietos, pura fibra. Al girarse le apuntó amenazadora con sus pechos, enormes, hermosos y tersos, duros como la piedra y de maravillosos pezones sonrosados e inmensos.
Bueno, o eso suponía él, porque en su vida había estado con hembra como aquella ni nunca lo estaría. Pero lo suponía. O lo imaginaba, lo intuía que era aún peor.
Aquellos segundos se le hicieron eternos.
Llegaron al segundo piso y ella salió del ascensor dejándolo sólo tras despedirse amablemente. Se había ido.
En los dos pisos que le quedaban de trayecto, la mente de Gregorio comenzó a imaginar una escena de tórrido sexo con Clara en el ascensor que aún permanecía impregnado con el olor de la chica. Aquella lujuriosa hembra le había lanzado- obviamente a propósito pensaba él - una buena dosis de feromonas y seguro que con el sólo propósito de atraerlo, de provocarlo.
Se tocó por encima del pantalón, excitado. Llegó al cuarto piso. No supo ni cómo pudo llegar hasta casa. Abrió las cuatros vueltas de su puerta semiacorazada, la cerró de un certero taconazo, dejó caer las bolsas del Carrefour, se desabrochó el pantalón y apoyándose con la mano izquierda en la mesita del recibidor miró al espejo y se vio a sí mismo meneándosela con la diestra a la vez que farfullaba:
-¡Toma Clara, toma! .... Esto es lo que siempre has querido,¿no?

Entonces se produjo la catástrofe.
Bueno, una más, claro.
Una voz le sacó de su fantasía para lanzarle de nuevo al arroyo de la fría realidad.
-Pero.....¡Gregorio!.....
El entusiasmado onanista se giró con los pantalones y los calzoncillos de Donald por los tobillos y, con la polla en la mano, conoció por vez primera a sus suegros que permanecían sentados en el sofá de su salón junto a su novia. A su lado había una pareja de ancianos. Recordaba las fotos que Adela le había enseñado. Su mente rápida y afilada como el estilete de un forense le llevó a deducir que eran los abuelos de Adela.
Adela.
Allí estaban, sí : el abuelo, don Algemiro, ministro de Fomento de Franco en el 70, su mujer, doña Gumersinda, la mano de derecha en su época de Doña Pilar Primo de Rivera y para cerrar el cuadro, sus futuros suegros, Don Raúl y doña Angustias.
El primero brillante jurista de impecable carrera truncada por su incomprendida filiación política (al parecer fue expulsado de los Guerrilleros de Cristo Rey por violento). La segunda, presidenta de la Asociación de Damas Católicas por la implantación del Rosario en su metrópoli natal, Palencia.
Joder.


Adela permanecía quieta, mirándolo, de pie y con los brazos en jarras.
Gregorio siempre fue un adelantado, un visionario quizá, o simplemente un tipo avispado, pero el caso es que en aquel momento supo que su relación se iba al garete. Seguro. Qué desastre. Aquello no podía ser peor.

Bueno, sí.
Él se había acercado, inconscientemente, minga en mano y caminando como un pingüino a unos pasos de tan distinguida concurrencia. Debió ser por la tensión de la desbordante situación que había puesto a su malparado sistema nervioso central al mil por cien (o eso le hizo ver posteriormente la psicóloga de la prisión), pero el caso es que en aquel momento, y para su desgracia, eyaculó en pleno rostro de Doña Gumersinda, la cándida y muy católica abuela de su chica.
Gregorio debió desmayarse por la fuerte impresión antes de que aquel excombatiente de la División Azul y su hijo comenzaran a fostiarle.



*****

Adela se fue.
Después de ocultar a la familia de la joven, una panda de reaccionarios, que habían vivido juntos durante dos felices años habían decidido casarse. Ella quiso presentárselos por sorpresa. Un error. No entendió lo sucedido, claro. El tratamiento facial que Gregorio había realizado a su abuela unido al espectáculo de la paja frente al espejo provocó su marcha y, la verdad, Gregorio no se lo pudo reprochar. Lo sintió de veras.
Y lo peor era que la abuela estuvo varias semanas dejándole mensajes obscenos en el móvil. Quería una cita a solas.
Qué embarazoso.

FIN DEL PRIMER CAPÍTULO.

ESTULTICIA

Por expreso deseo de su autor, Percival Neville, "Estulticia, qué cruz de país", se publicará on line de forma gratuita o como mucho con un precio simbólico. Rogamos a los distinguidos lectores permanezcan atentos o se suscriban  a este blog donde se les detallará cómo conseguir la novela. Está concebida como una novelita corta, "una sucesión de esketches" dice su autor, dirigida a un público mayoritariamente joven, poco leído y con ganas de reírse disfrutando de una sátira ácida sobre la piel de toro.
Sindicalistas gandules, monjas ninja, políticos corruptos, policías torpes y un protagonista que roza la subnormalidad son los ingredientes de esta brillante sátira en la que Percival Neville ha sabido aunar lo más granado de la flema británica (recordemos a Tom Sharpe) con lo escatológico, lo sexual, la falta de recato del típico carácter mediterráneo.

En breve tendremos más detalles.